En México, el 23% de su territorio es montañoso [2] y en esa porción del suelo nacional existen sitios prioritarios para la conservación, fuentes de agua dulce, culturas originarias y escenarios para la contemplación, un tesoro para la humanidad.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) explica que las montañas [3] proporcionan sustento directo y mejoran el bienestar de mil 100 millones de las personas que viven en elevaciones con más de 700 metros de altitud en todo el mundo, e indirectamente a miles de millones más que viven aguas abajo.
Además, albergan al 15% de la población mundial, de la cual más del 90% corresponde a países en desarrollo, y uno de cada dos habitantes de los mismos se encuentran en situación de inseguridad alimentaria.
Cita una de las grandes bondades de las montañas: proporcionar del 60 al 80% del agua dulce del mundo. De estos ecosistemas la reciben varias de las ciudades más grandes del mundo, como Melbourne, Nairobi, Nueva York, Río de Janeiro y Tokio.
En términos socioeconómicos es conveniente saber que las comunidades de montaña producen importantes cantidades de alimentos con un alto valor nutritivo y de calidad como café, cacao, miel, hierbas y especias, así como artesanías, para mejorar sus medios de subsistencia e impulsar las economías locales.
Asimismo, el turismo de montaña representa del 15 al 20% de la industria del turismo mundial y ofrece a los visitantes una amplia gama de actividades, como esquí, escalada, senderismo y exploración.
También desempeñan un papel clave en el suministro de energía renovable --hidroeléctrica, solar y eólica, así como biogás--, tanto para las comunidades asentadas en ese entorno como para las ciudades aguas abajo. Tan solo de energía hidroeléctrica de todo el mundo, una quinta parte procede de las montañas, y algunos países dependen casi exclusivamente de esas altas regiones para la generación de energía hidroeléctrica.
En cuanto a la biodiversidad, seis de las 20 especies de plantas de las que proviene la mayoría de los alimentos del mundo se originaron en regiones de montaña: el maíz, la papa, la cebada, el sorgo, los tomates y las manzanas.
De estos sitios, muchos reúnen un gran significado cultural y natural, por lo que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha declarado muchas montañas Patrimonio Mundial y Reservas de la Biosfera (RB), y casi el 60% de todas estas RB contienen ecosistemas de montaña.
Es el caso de la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán [4], recientemente nombrada por la Unesco “Bien Mixto del Patrimonio Mundial Valle de Tehuacán-Cuicatlán: hábitat originario de Mesoamérica”, localizado en los estados de Oaxaca y Puebla.
La RBTC ofrece una panorámica espectacular en sus cadenas montañosas pobladas de centenarios cactos columnares y opuntias, además de otras especies de cactus, de arbóreas, arbustivas y herbáceas, así como aves canoras y de presa, mamíferos, anfibios y reptiles que se desarrollan también merced a los ríos que discurren desde las entrañas de estos ecosistemas semiáridos de altura que además son casa de culturas ancestrales como la chocho, mixteca y cuicateca que hace miles de años iniciaron la domesticación del maíz y son guardianas de la biodiversidad y la medicina ancestral.
Por todo lo anterior y mucho más, el año pasado se celebró el “Año Internacional del Desarrollo Sostenible de las Montañas” que destaca la importancia del desarrollo sostenible de las montañas y la conservación y el uso sostenible de estos ecosistemas.
El año anterior también se cumplió el vigésimo aniversario del Año Internacional del Desarrollo Sostenible de las Montañas 2002 [5], así como el vigésimo aniversario de la Alianza para las Montañas [6].
El lema que impulsa la ONU: "Las mujeres mueven montañas [7]" abre la oportunidad de promover la igualdad de género y contribuir así a mejorar la justicia social, los medios de vida y la resiliencia, pues como bien reconoce la FAO, ellas desempeñan un papel fundamental para la protección del medio ambiente y el desarrollo social y económico en las zonas montañosas.
Suelen ser, sostiene la FAO, las principales administradoras de los recursos de las montañas, guardianas de la biodiversidad, custodias de la cultura local y expertas en medicina tradicional.
Explica el organismo que como consecuencia de la variabilidad climática en constante aumento, la falta de inversión en la agricultura de montaña y el desarrollo rural, las mujeres que habitan estos ecosistemas han asumido nuevas funciones, pero frecuentemente sin poder de decisión y con acceso desigual a los recursos, mientras los hombres han emigrado hacia otros lugares en busca de medios de vida alternativos.
Mujeres y niñas de las montañas, en particular en las zonas rurales, tienen el potencial de ser importantes impulsoras del cambio ya como agricultoras, vendedoras del mercado, empresarias, artesanas, emprendedoras y líderes comunitarias, cuando tienen acceso a los recursos, servicios y oportunidades, y se convierten en una herramienta clave contra el hambre, la desnutrición y la pobreza rural en las economías locales.
En México es primordial observar estas potencialidades e impulsarlas, tanto de las mujeres y las niñas como de toda la población de montaña.
Consideremos estudios como el realizado por Pere Sunyer Martín, de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, y Neptalí Monterroso Salvatierra, de la Universidad Autónoma del Estado de México, quienes en Los espacios de montaña de México: del control comunitario al (des) control neoliberal [8] (Scripta Nova, revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, 2014) calculan que habitan las montañas entre 12 y 30 millones de personas pertenecientes en su mayoría a las más de 60 etnias del país, muchas de ellas en situaciones de pobreza y pobreza extrema.
Señalan que en estos extraordinarios relieves de alturas promedio por encima de los 3 mil metros se asientan poblaciones organizadas en comunidades, una de las formas de tenencia social de la tierra es, además, una forma de organización social, económica y política que pervive y que controla una parte importante de los bosques de México, y que según varios autores, un 80% de la proporción de las masas forestales está bajo algún tipo de propiedad social, comunidades o ejidos.
Entre esta población sobresale la presencia y el trabajo de las mujeres y las niñas en condiciones de desigualdad.