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Bosques tropicales, ecosistemas complejos de gran valor

Bosques tropicales, ecosistemas complejos de gran valor

Con su exuberante vegetación, las selvas o bosques tropicales generan enormes cantidades de oxígeno y evitan la contaminación ya que almacenan el 50% del CO2 del planeta que queda retenido en las plantas.

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Selva
Jeremy Bezanger

La exuberancia de los bosques tropicales no sólo es fascinante, sino que reúne enorme relevancia para la preservación de la vida en el planeta, pues aunque estos ecosistemas ocupan apenas el 3% de la superficie terrestre, gracias a sus climas cálidos con alta humedad constituyen el hábitat idóneo para más de 15 millones de especies arbóreas, arbustos y plantas trepadoras donde se desarrolla más del 80% de la biodiversidad terrestre.

Estos poderosos ecosistemas terrestres propios de regiones de alta temperatura y ambiente húmedo, llamados macrotérmicos, son zonas boscosas de gran extensión que se han generado por sucesión natural por los niveles de iluminación natural y temperatura constantes durante todo el año. Se ubican entre el Trópico de Capricornio y el Trópico de Cáncer, cerca de la línea ecuatorial, en países de Sudamérica, África y el sudoeste de Asia.

De sus ámbitos sale aproximadamente el 60% de los medicamentos utilizados contra el cáncer y para el tratamiento de afecciones cardíacas, reumatismo, hipertensión, artritis, entre otras, que proviene de sus plantas, de acuerdo con un estudio publicado por la International Journal of Oncology, citado por la Organización de las Naciones Unidas.

La Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) los describe como ecosistemas muy complejos con alta variación de especies de un lugar a otro, “también conocidos como selvas”, que se distribuyen en climas cálidos y húmedos.

Se caracterizan por ser las comunidades vegetales más exuberantes, formadas por árboles de hasta 30 m o más de alto, de muy diversas especies y que conservan su follaje todo el año, además de que en ellas abundan las lianas, epífitas y palmas. Algunos árboles tienen troncos rectos con raíces tubulares con contrafuertes, y en su mayoría poseen hojas grandes y duras.

Por los servicios ambientales que prestan se distinguen por ser tradicionalmente fuente de maderas preciosas, leña y diversidad de plantas y animales para la subsistencia de comunidades rurales e indígenas. Además, son sustento de los procesos de funcionamiento de los ecosistemas incluidos el ciclo de nutrientes y agua, retención y formación de suelos, hábitat de biodiversidad, regulación del clima, erosión y eventos extremos, mantenimiento de la biodiversidad.

Conabio agrega que “también desempeñan un papel importante en la regulación de polinizadores, plagas y vectores de enfermedades. Asimismo, la producción de miel depende de múltiples especies de abejas nativas, europeas y africanizadas que visitan más de 100 especies de plantas de las selvas húmedas”.

Otras fuentes señalan que, con su exuberante vegetación, las selvas o bosques tropicales generan enormes cantidades de oxígeno y evitan la contaminación ya que almacenan el 50% del CO2 del planeta que queda retenido en las plantas.

Absorben también grandes cantidades de calor, con lo cual ayudan a mantener la temperatura global del planeta, y actúan como protectores de las cuencas hidrográficas donde se ubican.

Sin embargo, alerta el experto Miguel Martínez Ramos, del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM, los bosques tropicales son los ecosistemas más amenazados. En México, afirma, se estima que se ha perdido más del 70% de las selvas que el país tenía a lo largo de las costas del Golfo de México, del Océano Pacifico y en la Península de Yucatán”.

Conabio precisa que la extensión original de las selvas era cercana al 9.2% del territorio nacional y se ha reducido a 4.7%, un total de 91, 566 km² que se distribuyen casi exclusivamente en la vertiente del Atlántico, desde el sur de San Luis Potosí a lo largo de Veracruz hasta Tabasco y en el sur de la península de Yucatán. En la vertiente del Pacífico existe una franja en la Sierra Madre de Chiapas, y hay áreas de menor tamaño en las faldas bajas de la Sierra Madre del Sur de Oaxaca y Guerrero.

La severidad de esta pérdida en México la reflejan las cifras: de los 255,000 km² que se estima había originalmente en México, su destrucción durante la década de los setenta las redujo, hacia 2002, a 44,000 km² de comunidades primarias, principalmente en Veracruz, Tabasco, la sierra del sur de Chiapas y parte norte de Yucatán, donde casi la totalidad de la vegetación de selvas húmedas se eliminó para la cría de ganado.

Admite el organismo que ha habido regeneración, ya que cerca de 5,900 km² anteriormente dedicados a agricultura o ganadería, para 2002 aparecían cubiertas de vegetación secundaria y unos 1,030 km² incluso tenían comunidades primarias.

La pérdida es entonces mayor que la regeneración e impacta asimismo en el gran valor que representan los bosques tropicales para la conservación, ya que albergan gran cantidad de especies de flora y fauna que se encuentran en categorías de riesgo (NOM-059-SEMARNAT-2010).

Pero no sólo México sino todo el planeta pierde cada año millones de hectáreas de bosques tropicales, pérdida que en 1999 prendió focos rojos en todo el planeta, porque de ellos depende la subsistencia de la cuarta parte de la población global, según datos de la Organización de las Naciones Unidas.

La realidad planetaria de las selvas llevó al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, a la Organización Mundial de Conservación (WWF) y a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) a proclamar el 26 de junio como Día Internacional de la Preservación de los Bosques Tropicales.

El investigador universitario Martínez Ramos explica en un boletín publicado por la máxima casa de estudios del país que, como en la mayor parte de la América tropical, esa pérdida es resultado principalmente de la deforestación para la conversión de selvas a sistemas agropecuarios, sobre todo aquellos que son extensivos para el desarrollo de monocultivos.

Pone en relieve que “su pérdida y degradación contribuye a la sexta extinción masiva de especies, o que dará complicaciones graves a la humanidad, ya que su función es vital para la existencia de los seres humanos, pues las selvas, han sido reemplazadas por sistemas industrializados para la producción de alimentos que los seres humanos y animales domésticos consumen a diario”.

Pero hay esperanzas. Martínez Ramos expresa que con políticas públicas adecuadas y el trabajo con comunidades locales se puede lograr un balance entre la conservación de selvas y la producción de alimentos. “Con bases agroecológicas, es posible crear paisajes en forma de mosaicos, donde se incluyan selvas maduras y secundarias, así como sistemas agroforestales y silvopastoriles que combinen el desarrollo de plantas y animales de interés agropecuario con la biodiversidad nativa de cada región”.

Menciona experiencias exitosas de programas de manejo del bosque, basados en una renovación natural del ecosistema, como las de San Juan Nuevo Parangaricutiro Michoacán, e Ixtlán de Juárez, Oaxaca, donde se extrae una cantidad de madera que no implique un problema para la recuperación, la cual se usa para la manufactura de muebles o de otros productos que den sustento económico a la comunidad.

Junto con los científicos, afirma, se pueden impulsar acciones para reducir problemas ambientales como la pérdida del suelo, la contaminación de mantos acuíferos y las emisiones de CO2. Asimismo, contribuir a la conservación de la diversidad biológica de cada región, tomando en cuenta la producción, biodiversidad y capacidad de renovación de las selvas bajo diferentes escenarios de manejo de paisajes en mosaico.

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