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Por qué la bioeconomía debería tener en cuenta la conservación del suelo forestal

Por qué la bioeconomía debería tener en cuenta la conservación del suelo forestal

Los suelos forestales bien conservados contribuyen a hacer frente a grandes retos como lograr la neutralidad climática, ya que proveen las funciones esenciales para sostener la producción y salud vegetal (agua y nutrientes).

La bioeconomía ha emergido en las últimas décadas como un faro de referencia para el futuro de la economía mundial. Tiene como objetivos impulsar la economía, crear empleos y riqueza. La bioeconomía está, además, diseñada para caminar hacia la neutralidad climática y cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Todo ello, además, dejando de lado el uso de combustibles fósiles, cemento y otros materiales cuya producción nos aleja de estas metas e impulsando el uso de materias primas renovables (como madera, biomasa o fibra).

Sin embargo, no todos los productos que se promocionan con la etiqueta de la bioeconomía necesariamente son sostenibles o incluso tienen una base totalmente biológica, lo que puede causar graves daños ambientales. El concepto es ampliamente criticado como una estrategia de greenwashing o “ecoblanqueo” empleada por las industrias.

El suelo, un recurso frágil

La silvicultura es uno de los sectores que se espera que contribuya más a la bioeconomía con la generación de bioproductos tales como material de construcción, resinas, bioplásticos, productos textiles y bioenergía.

En toda esta transformación del sistema productivo forestal hacia la bioeconomía, los suelos forestales son posiblemente el eslabón más frágil. La falta de atención que se les está dando contrasta enormemente con el importante papel funcional que desempeñan para la producción sostenible de algunos de estos bioproductos. Una mala planificación en esta transformación del sistema productivo puede dañar de manera irreversible a los suelos.

Los suelos forestales bien conservados contribuyen a hacer frente a grandes retos como lograr la neutralidad climática, ya que proveen las funciones esenciales para sostener la producción y salud vegetal (agua y nutrientes). El suelo es, además, el sistema más biodiverso del planeta. Se cree que de un tercio a un cuarto de todas las especies del planeta pasan a lo largo de su vida por el suelo.

Sin embargo, el suelo es un recurso muy frágil. Al ser no renovable, una vez que se pierde, pone en riesgo la supervivencia de los ecosistemas forestales y los servicios que estos proveen para la regulación climática, la purificación del aire y agua, como hábitat para especies y como refugio de diversidad.

Si no cambiamos nuestros patrones de uso y consumo, se espera que la demanda de alimentos y madera aumente un 50 % en el 2050 respecto al 2010 debido al incremento de la población, lo que en un contexto de bioeconomía requeriría transformar áreas naturales de tamaño continental hacia un uso muy intensivo. Esto pondría en riesgo la salud de los suelos y las funciones que provee.

Consecuencias de las plantaciones forestales intensivas

Hacer viable y rentable la bioeconomía en el paradigma de crecimiento económico en el que vivimos requerirá transitar hacia un uso del bosque mucho más intensivo y productivista. Y esto significa reemplazar muchos bosques nativos por monocultivos de especies de crecimiento rápido, generalmente especies exóticas (eucaliptos en el sur de Europa, abeto de Douglas en Centro Europa), y el uso de prácticas de manejo agresivas, como las talas rasas. Estas dan lugar a problemas de erosión y pérdida de suelo, pérdida de nutrientes, turbidez de las aguas superficiales causada por el aumento de la escorrentía superficial, aumento de emisiones de CO₂ y, en general, una pérdida de biodiversidad.

La tala rasa consiste en cortar todos los árboles de una zona y retirar con maquinaria pesada los que sean maderables, muchas veces incluso arrancando los tocones de cuajo. El efecto de la maquinaria pesada sobre la pérdida de suelo y su compactación es muy elevado. La pérdida de cobertura arbórea, además, expone el suelo a la erosión por clima (lluvias y viento). Esto se ve especialmente acentuado en terrenos de montaña, donde la gravedad acelera el proceso de erosión.

La acción erosiva de tales cambios de uso y prácticas silvícolas se ve acentuada por otros factores como la topografía o las sequías y fuegos recurrentes que, en escenarios de cambio climático, acelerarán los procesos de pérdida de suelo.

Todos estos efectos comprometen seriamente la salud de los bosques, así como nuestra capacidad de alcanzar la neutralidad climática en el 2030. Por no hablar del incremento de las pérdidas de dinero y vidas humanas fruto de los desastres naturales asociados a la erosión, como las grandes inundaciones, o los megafuegos asociados a las plantaciones de especies tan inflamables como el eucalipto.

La UE ha desarrollado estrategias donde la conservación de la biodiversidad edáfica es un punto prioritario. Sin embargo, al impulsar un modelo económico únicamente basado en la sustitución de materiales no renovables por recursos renovables estamos indirectamente promoviendo un modelo de uso forestal intensivo.

Minimizar la intervención humana

Es urgente dar un papel central a la conservación de los suelos y su biodiversidad si queremos conservar una producción sostenible de los bosques. Debemos invertir en investigación que nos ayude a desarrollar y aplicar modelos de gestión forestal más respetuosos con el suelo que, ante una creciente demanda de bioproductos, minimice su pérdida de biodiversidad y funcionalidad en general.

La aplicación de planes de gestión que minimicen la intervención humana, como el uso de regímenes de rotaciones largas, y de cobertura continua o esquemas de uso de la maquinaria que minimicen sus efectos sobre la compactación y pérdida de suelos ayudan a conservar la biodiversidad y el funcionamiento de los suelos.

Promover el uso de masas mixtas de especies nativas en contrapartida a monocultivos de especies exóticas es también una garantía para conservar la salud forestal y la biodiversidad y salud edáfica, mientras mantienen o incluso aumentan la productividad.

Las poblaciones nativas, de crecimiento más lento, requieren turnos de rotación más largos y esto minimiza la perturbación sobre el suelo. Y los bosques mixtos son más resilientes ante el cambio climático, lo que hace que su productividad sea más sostenible a largo plazo. Impulsar la innovación en el uso de maderas de calidad de especies nativas puede ayudar a abrir nuevos mercados y oportunidades en la bioeconomía.

Implantar planes de gestión posintervención para recuperar el suelo, tales como la aplicación de los restos de poda desbrozados sobre los suelos intervenidos, también ayuda a minimizar los daños.

En general, aplicar un tipo de gestión más cercana a la naturaleza volviendo a prácticas tradicionales más sostenibles, menos destructivas y basadas en las dinámicas naturales, mejora substancialmente las probabilidades de conservar el suelo y su biodiversidad a más largo plazo.

No obstante, la única manera que conocemos para poder conservar el suelo es moderar nuestras expectativas de producción maderera y explorar otras formas de comercializarla. No podemos pretender que la bioeconomía cubra todos los nichos de producción y negocio que hoy cubren otros materiales como el hormigón o los derivados del petróleo porque, al igual que estos, los recursos naturales no son infinitos.

The Conversation


Jorge Curiel Yuste, Ikerbasque Research Professor, BC3 - Basque Centre for Climate Change; Céline Moreaux, ecosistemas forestales, conservación, macroecología, economía ambiental, BC3 - Basque Centre for Climate Change; Francisco San Miguel Oti, PhD candidate in forest Ecology, BC3 - Basque Centre for Climate Change; Leticia Pérez Izquierdo, Investigadora en Ecología Microbiana, BC3 - Basque Centre for Climate Change y Manuel Encinas Valero, Doctor en Agrobiología Ambiental, BC3 - Basque Centre for Climate Change

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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